Justicia por mano propia
Cansados de la inseguridad, los vecinos explotaron
San Luis (Pelr) 26-10-10. No llegaban al medio millar cuando fueron
a la comisaría séptima a pedir protección para
el populoso barrio. Pacíficamente se manifestaron frente a
la sede policial. Con paciencia esperaron que el comisario Darío
Neira les dijera qué estaba sucediendo con la investigación
por la muerte de María Soledad Castro, que murió el
domingo en la tarde mientras jugaba. Un VW Gol le quitó la
vida mientras corría una picada. Quien manejaba se dio a la
fuga y pretendía hacer arreglar el auto de urgencia en un chapista
esa misma noche.
Hasta ese momento había un solo detenido, situación
que no cambió con el correr de las horas. "El Chanchi"
estaba preso, pero es menor de edad, tiene 16 años. Buscaban
a su hermano, que era presuntamente quien manejaba el auto que iba
contramano por el boulevar La Bandera y atropelló a Soledad.
Los vecinos juntaban bronca, pero mantenían la calma. La respuesta
del comisario Neira no los conformó, pero nada hacía
presagiar el desenlace.
Como vinieron se fueron, caminando lentamente esas casi quince cuadras
que separaban la comisaría del lugar donde la nena fue levantada
por los aires y luego pasada por arriba por el auto blanco que se
dio a la fuga.
Por momentos silencio, como en una procesión que encabezaba
la foto de la chiquita por la que los vecinos pedían justicia.
De a ratos aplausos y el grito de ¡Justicia! ¡Justicia!
Al paso de la manifestación, los vecinos se asomaban curiosos
juntándose en las esquinas. Nada hacía presagiar lo
que vendría, la furia contenida iba multiplicándose
con cada paso de regreso al barrio.
En el velatorio habían recibido amenazas que incluso llegaron
a los padres de la nena muerta fatalmente. La respuesta de la policía
no alcanzó. La bronca iba creciendo y al llegar a la casa de
quien presumiblemente había chocado a la nena, estalló
la furia. A partir de allí todo fue un descontrol.
Las imágenes se volvieron vertiginosas. Madres con bebés
en brazos, chicos que corrían apedreando la casa. Hasta que
se encendió la primera llama dentro del Fiat 128 que estaba
debajo del alero de una casa de dos plantas.
La gente aplaudía, gritaba ¡asesinos! y los mayores
se congratulaban de la pueblada. Los que habían pasado a la
acción eran los más jóvenes, incluso chicos de
no más de 10 ó 12 años.
El lugar se comenzó a poblar y al poco tiempo la calle estaba
cubierta. ¿Mil? ¿Dos mil? Difícil calcular. Pero
estaba el barrio, chicos y grandes. Bebés en brazos de sus
madres, chiquitos en los hombros de sus padres. Todos parecían
compartir una fiesta, una fiesta de despedida para aquellos que los
habían tenido a mal traer con sus fechorías. El fuego
exorcizaba el lugar. Nadie había interpretado la señal
el día anterior, cuando encontraron el otro 128 que corría
la picada y lo prendieron fuego.
Había hastío en la gente que se acercaba a los periodistas
a contarles que hacía 9 o 10 años que padecían
por los robos permanentes, las amenazas constantes. Una mujer se acerca
y pide que la acompañe: muestra los dos impactos de bala que
tiene la puerta de su casa. El fuego sigue creciendo y parece imparable.
Cuando amenaza parar, un grupo de chicos se sube por el techo del
vecino hasta la casa que arde. Le rompen el techo, le sacan las tejas,
le echan nafta y finalmente prenden fuego. La multitud aplaude.
Se acerca otra persona para contar que en las tarde de domingo, en
otra casa que después también incendiarían, "sacan
una mesa, se sientan bajo el sauce y ponen a la venta las cosas que
han robado".
No son los habitantes de la casa que está ardiendo, pero son
parientes. Todavía nadie toma conciencia de lo que vendrá.
La gente no dejó pasar a los bomberos. Les puso el cuerpo para
pararlos.
Diez y media de la noche, ya ha pasado casi una hora y nadie se mueve
del lugar y de repente alguien grita y la muchedumbre se va rápidamente
hasta otra casa que se encuentra a la vuelta de la que está
ardiendo.
En pocos minutos también está ardiendo. Fuego adentro
y fuego afuera. Con un combo un chico de no más de doce años
destroza una heladera. De adentro sacan lo que hay. Con un aerosol
van encendiendo el fuego dentro de la casa. Afuera desgajan un sillón
y pronto comienza a consumirse por las llamas.
Y el raíd continúa. En la avenida de La Bandera, cerca
de donde ocurrió el accidente hay un equívoco. Una familia
desesperada defiende su casa y asegura que no tienen nada que ver
con los que buscan. La multitud se frena, busca, se reorienta y van
hacia la casa del sauce desde donde el domingo, un jovencito increpaba
a la policía que estaba en el operativo diciéndoles:
"Vení gato, vení si te la bancas". Es la misma
donde dicen que se despliega una mesa con lo robado en la semana.
La puerta apenas si resiste un par de patadas. Después el fuego
nuevamente...
Así se llegan a contabilizar siete casas. En la última,
la policía dice que debió actuar porque además
estaban robando. Los vecinos ahora apedrean a la policía. El
COAR reacciona con un fuerte operativo que incluye balas de goma.
Vuelan las piedras, suenan los tiros. "Guarda con los periodistas",
grita uno de los manifestantes. Quedamos en medio de la policía
y de las piedras. Ya son más de la una de la mañana.
Ya nada es igual en el Eva Perón. Nadie olvidará esta
jornada.
Informe: Gustavo Senn
gustavosenn@gmail.com