Mezcla de aplausos y abucheos en despedida de Thatcher
Centenares abuchearon el paso del cortejo fúnebre y mostraron
pancartas en su contra al grito de “Maggie, Maggie, Maggie,
dead, dead, dead”. Asistieron al funeral once mandatarios de
países que ella consideraba de segundo orden.
Por Marcelo Justo desde Londres para Página/12
El funeral de Margaret Thatcher se pareció a lo que ella misma
había planeado con años de antelación. Se ejecutaron
sus temas patrióticos favoritos, se citaron las palabras del
poeta T. S. Elliot que ella misma había elegido para la ocasión
y unas dos mil personas, con fuerte representación del estamento
militar y político, colmaron la catedral de Saint Paul. En
las calles flameaban las banderas británicas y miles de británicos
se habían congregado para un último adiós. Pero
ni la Dama de Hierro era omnipotente. Centenares abuchearon el paso
del cortejo fúnebre, enseñaron pancartas en su contra
y se desgañitaron al grito de “Maggie, Maggie, Maggie,
dead, dead, dead”. En un punto, sin embargo, sigue dirigiendo
las cosas desde la ultratumba. Si bien es cierto que está “dead,
dead, dead”, el thatcherismo, por el momento, sigue más
vivo que nunca en el Reino Unido a pesar del estallido financiero
de 2008 y la actual contracción económica.
No cabe duda de que Thatcher habría preferido un mayor reconocimiento
internacional. Si bien asistieron a su funeral unos once mandatarios,
se trató de países que ella consideraba de segundo orden,
y su amado y admirado Estados Unidos sólo tuvo entre los invitados
a la ceremonia a ex secretarios de Estado de su época, como
George Shultz, James Baker y Henry Kissinger, así como uno
de los cerebros de los “neocon”, el ex vicepresidente
Dick Cheney, sin representantes del gobierno de Barack Obama. A nivel
británico, en cambio, estaba el establishment en pleno. La
reina Isabel y su marido, el príncipe Felipe, que no asistían
a un funeral de un ex primer ministro desde la muerte de Winston Churchill,
en 1965, se encontraban presentes. A los conservadores que gobiernan
hoy, a los que gobernaron en el pasado y a los que Thatcher acusó
de “traición con una sonrisa” se sumaron sus rivales
laboristas, desde el actual jefe de la oposición, Ed Miliband,
hasta los ex primeros ministros Tony Blair y Gordon Brown.
La presencia laborista es una clara muestra de la resistencia que
ha tenido el thatcherismo al paso del tiempo. Cuando hace unos años
le preguntaron cuál era su mayor logro político, Thatcher
contestó sin inmutarse: “Tony Blair”. La respuesta
era al mismo tiempo irónica y precisa. La hegemonía
política del thatcherismo fue tal que Blair creó el
Nuevo Laborismo y viró hasta posiciones impensables (aceptación
de la reforma sindical y las privatizaciones). Esta influencia continúa.
Blair criticó recientemente al actual líder Ed Miliband
por no aceptar los ajustes fiscales que lleva adelante la coalición
conservadora-liberal demócrata. La estrategia misma de Miliband
ante la muerte de Thatcher ha sido una búsqueda de equilibrio
entre el respeto que todavía inspira la Dama de Hierro, equiparada
por amplios sectores con la modernización del Reino Unido,
y el rechazo que genera, intensificado por el actual programa de austeridad.
El thatcherismo político está sostenido por el económico.
El Nuevo Laborismo no revirtió en sus 13 años en el
poder ninguna de las privatizaciones ni reformas sindicales de la
Dama de Hierro y se deslumbró con el mismo espejismo que medio
planeta: el aparente toque de Midas del sector financiero. El estallido
de 2008 y la actual crisis económica –el Reino Unido
ha tenido dos recesiones en los últimos tres años–
han arrojado dudas sobre el credo, pero no han logrado desplazarlo.
La actual coalición conservadora-liberal demócrata gobierna
desde 2010 con una receta de austeridad que la Dama de Hierro habría
aprobado.
La receta no ha dado resultado. La economía, que estaba recuperándose
con un crecimiento del 1,7 por ciento cuando asumió la coalición,
se ha hundido en un estancamiento que el Financial Times ha calificado
de virtual “estanflación” (estancamiento con inflación).
En el mismo Fondo Monetario Internacional ha ganado terreno la posición
más escéptica sobre los beneficios de la austeridad,
liderada por el economista en jefe Olivier Blanchard, que ha recomendado
que el Reino Unido ponga en marcha un plan B con más estímulos
para el crecimiento. En un capítulo clave del thatcherismo
–las privatizaciones– las noticias no son mejores. Las
seis empresas de electricidad y gas que hoy dominan el mercado están
en medio de una gigantesca polémica por los precios desorbitados
de los servicios, y este lunes se supo que, al menos una de ellas,
RWE Power, no pagó ni una libra de impuestos entre 2009 y 2011.
En el funeral, las cámaras mostraron una imagen poco común
del ministro de economía George Osborne: los ojos rojos, una
lágrima descendiendo por sus mejillas. No era por el anuncio
que acababa de hacerse de un nuevo aumento del desempleo, que superó
los dos millones y medio de personas o el 7,9 por ciento: era por
la memoria de su ídolo, la Dama de Hierro.